Cómo me cuesta enfrentarme con la hoja en blanco.
Teléfono en modo silencio. ¡No quiero atender a nadie! Pero cada tanto me sumerjo en la cama rastreando las lucecitas que puedan llegar a indicar que me está llamando Pablo, o mi tía. De Pablo necesito unos cuantos halagos que, de manera ascendente, nos lleven a terminar cogiendo, separando la cama unos cincuenta centímetros de la pared. De mi tía, plata. No me hace bien verla cuando me siento una infeliz.
Igual -y no sé por qué, pues recién estamos a fin de mes- es Fabio Álvarez Esturao, el dueño cada vez menos presente, cada vez más enfermo. Hace un rato, mientras dormía la siesta, hasta soñé con él. Que venía a casa y rompía una pared para colocar no sé qué artefacto electrónico, rompía una puerta con un hachita y juntos tomábamos whisky. También estaba Speroni, en mi sueño. Speroni es el dueño anterior a Fabio. Un dueño, un ex dueño, yo, plata, artefactos electrónicos caros: mi sueño liberal del día. Los demás –los de la noche, los de la mañana- son más bien sueños de videojuego anarquista.
Es Fabio Álvarez Esturao y sólo Fabio Álvarez Esturao quien me llama.
ME SIENTO MAL. No puedo dejar de pensar en mí y en lo mal que me hace a la cabeza andar tanto tiempo en la calle, con este frío y de noche, pensando cosas tan perversas como robarles las cámaras fotográficas a los turistas. Me siento mal porque estoy pensando todo el tiempo, especialmente en mí. Se está poniendo negro el asunto de mi ombliguismo. Si realmente quiero ser una escritora, no puedo empezar lo que en un futuro será manual de estilo para nuevos escritores -tan egocéntricos com yo, claro- de este modo: Me siento mal. Pero, ¿qué tan grave es? Digo, justo por estos días estoy leyendo La novela luminosa, de Mario Levrero, que hasta ahora es un hermoso diario íntimo de un señor uruguayo con serios problemas de misantropía y soriasis, enamorado de alguien más joven y becado por la fundación Guggenheim. ¡Como yo! Salvo por la beca de miles de dólares. Y lo de la soriasis.
Pero ¿qué se puede esperar de una mujer de cincuenta años madre de mellizas mogólicas, torturada y cogida por los milicos? Nada hago, más que tomar cocaína mientras mis hijas duermen en lo de mi mamá o miran dibujitos en el living roñoso, con el piso lleno de botellas, cigarrillos mojados y los amantes de turno, más drogados y borrachos que yo. Nada hago más que dejarme coger en la primera cita y llorar mientras me cogen.
Mentira. Soy Fabiola Elisa Feyt y uso ejemplos de mal gusto. Lo siento, era una pruebita para ver si puedo escribir en tercera persona algún asunto ficticio. Imposible, esto lo dejo en manos de Baby Etchecopar. O Quique Fogwill. Tengo veinticuatro años y estoy entrando en la etapa de pánico total por dejar de ser chica. Ya no me puedo amparar en la adolescencia, pese a lo que digan estudios recientes que unen crisis económicas con existenciales.
Hay un parámetro: un reloj. Un reloj caro. Hace algunos años mi tía Carola me lo regaló. Lo usé una semana y se le rompió algo, como una pequeña manivelita que tenía adentro. No tengo idea cómo. Mi tía lo escondió, prometiéndome que cuando me conviertiera en adulta, cuando dejase de ser una gusana irresponsable me lo devolvería. Han muerto dos plantas en este intento, una se llamaba Pabla y con Pablo decíamos que simbolizaba el futuro de nuestra relación. Touché, Pabla. Mañana te tiramos al terreno de al lado.
4 comentarios:
apasionante!
ea, qué bueno que volvió el blog de holayosoy fabiola.
muy bueno feyt!!!
síii sonic juice
ya te guardo
Publicar un comentario