martes, septiembre 25

Iba en el auto, en la parte de atrás. Sola más los olores más los colores, cuatrocientos o quinientos.
Y de repente el bosque. Uno que me daba miedo de chiquita.
Atrás de los árboles que se movían (me movía yo, lo hacían los demás) apareció una secuencia de imágenes todas iguales pero con velocidad, distintas. Nunca un animal: cuadrados rápidos, exactos y azules.
Y yo seguía callada, con esa sensación de volver siempre y me pregunté cuántos viajes más tendrían que pasar para dejar de sentirme así.
Nada cambiaba atrás de los árboles.

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